domingo, 30 de diciembre de 2007

El divorcio (II)

Cuando todo el papeleo termina, y ya se resuelve el divorcio, viene la segunda parte y, sin duda, la más dura: Aprender a desacostumbrarse. Porque como diría Milan Kundera en un libro que no recuerdo su título "Es difícil desacostumbrarse a un gesto que se ha acostumbrado a nosotros".

A pesar de que el amor se nos hubiera acabado por los fallos de cada uno (no me quito parte de la culpa), a pesar de que cuando le veía me hervía la sangre de manera negativa, a pesar de que me arrepintiera de no haberlo hecho antes, a pesar de todo, estaba inevitablemente acostumbrada a él. Para bien o para mal, esos 9 años de relación y todas las experiencias vividas* no se pueden borrar de un plumazo (Ojalá). Y cuando empiezas a darte cuenta, a ser realmente consciente de este último punto, es cuando sabes que los días que se avecinan van a ser mesopotámicos.

Al principio, todo era bastante liberador: volver a sentirte viva, comportarte como cuando tenías 20 años y la única responsabilidad de llegar a casa, borracheras recordando borracheras...
Felicidad absoluta, hasta que llegaba al apartamento y me sentaba en el sofá; colocada, cansada, con un sabor agridulce en los labios y sola. Mirara donde mirara no había unos zapatos fuera de su sitio, ninguna anotación en una servilleta sobre algo importante; todo estaba bajo las leyes del impecable orden. Algunas noches, esto derivaba en lanzar los zapatos por encima de la mesita auxiliar, extender las piernas sobre el sofá y beberme una última copa de vino saboreando mi recién adquirida libertad. Otras, sólo podía observar los huecos libres del tresillo y agachar la cabeza.

Pero entonces llegó él, la inyección de adrenalina que necesitaba en mi encorsetada vida. Un hombre aventurero, amante de la cultura exótica y los deportes de aventura, y un auténtico seductor. Mis días libres eran víctimas de cabañas en la montaña, escalada y sexo apasionado en noches estrelladas. No existían los minutos para descansar, era todo una carrera contra el tiempo y eso quizás fuera lo que me hizo olvidarme por completo de todos los años pasados.

Gracias a Bastian (llamémosle así) aprendí a amar la cocina india, los madrugones en domingo y el buceo nocturno. Él amaba tanto las civilizaciones ajenas que se las quería follar a todas, cuestión que pude comprobar con mis propios ojos cuando fuimos a Turquía.
Primero pensé en "secuestrarle" temporalmente el pasaporte, como compensación por la humillación sufrida, pero, como diría una gran amiga mía "Elegancia y buena educación es lo único que tenemos". Así que pedí la botella del vino más caro del hotel (cargado a su cuenta), y la lancé con trayectoria recta a su cabeza cuando entró por la puerta de la habitación.

Esa fue la última vez que le ví: con los huevos descargados, una brecha en la cabeza causada por un vino muy elegante y sin efectivo en la cartera. Y eso que no estaba enamorada de él...






* Primer beso, primer polvo, primer trabajo, primer viaje, 9 cumpleaños, 9 aniversarios, 9 navidades, primera discusión de pareja, primer perro, primera convivencia, primera boda y primer divorcio.

1 comentario:

Orens dijo...

Me encanta tu blog, es brutal!